Las manos frías

 

Cierto día al empezar la medianoche, estando solo en mi habitación cuando me disponía a dormir, después de leer un buen libro que me tenía  hechizado, pero me doblaba de sueño el cansancio después  de una larga faena, dejé a un lado el libro que estaba leyendo, apagué  la luz de la mesita de noche,  me tapé  con una sábana, ya que hacía mucho calor, y saqué los pies para refrescarme un poco debido a que carecía de un buen ventilador e hice a un lado la sábana. Cuando de repente sentí que me agarraron los tobillos. Eran unas manos delgadas y alargadas tan frías, que sentí un pavor intenso,  erizándoseme la piel, grité, como de rayo encogí los  pies y encendí de  nuevo la luz. En ese instante escuché  una canica que cayó  rebotando  y dejándose oír  dirigiéndose hacia algún lugar indeterminado  del cuarto, para entonces no me atrevía a investigar bajo la cama, pues mi cuerpo quedó petrificado, inmóvil,  no sé  cuánto   tiempo pasó, hasta que me decidí, y armándome de valor busqué bajo la cama, sin saber qué buscaba realmente. Estaba ansioso de encontrar una respuesta, fue inútil, pues no encontré nada. Hasta que el cansancio me venció, quedando en la orilla de la cama profundamente dormido.

 Esto me sucedió  en la casa de doña Socorro Chávez, por la calle de Viesca. 


Narrado por Jorge Luis Esquivel Pérez


 

La Llorona

 

 Ya es parte de nuestra cultura  porque según nuestros abuelos,  los lamentos se vienen  escuchando desde tiempos muy antiguos, según se los contaban también ellos a  sus abuelos.

 Desconocemos sin embargo el momento en que se acorta a un simple ¡aaayyy!,   porque según nuestros abuelos, e investigaciones realizadas era ¡aaaaaayyy, mis hijos!, decían que sólo se escuchaba cuando iba a caer un fuerte aguacero y éste lamento se dejaba escuchar por los arroyos, pero aquí, además, se oye por las calles, y a veces sin que llueva.

El grito es un lamento desgarrador que eriza  la piel y se siente un escalofrío de terror que es capaz de paralizar  al más osado; es un grito inesperado, secundado por el aullar de los perros y el rebuzno de los burros. Hay quien cuenta que además de haberla escuchado la han visto, dicen que es una mujer que viste de blanco, con el pelo suelto muy largo, negro y enmarañado que pareciera ir volando  sobre las acequias donde se le ha visto. La mayoría de los pobladores ha vivido esta experiencia.

Cuenta la leyenda que ésta  era una señora muy dada a las pachangas y que un  día salió  a divertirse a una fiesta por la noche, sin importarle dejar solos a sus tres pequeños, que a esa hora ya dormían. Pero ese día llovió fuertemente, y como vivía a orillas de un río, de éste  bajó  mucha agua que se llevó  la casa y a sus hijos, y  llena de dolor y de arrepentimiento corrió río abajo en el intento de encontrar vivos a sus pequeños, gritando ¡aaaaaayyyyyyy mis hijos! Se cree que  murió días después  y es su alma la que vaga penando y lo seguirá haciendo hasta encontrar a sus pequeños.

Pero aquí en nuestro pueblo de General Cepeda, tenemos también nuestra Llorona.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                            Nos cuenta un jovencito  en  nuestras reuniones cotidianas, donde nos juntamos a platicarnos todos los hechos vividos que no les encontramos explicación, que cierto día  fue a acompañar a su abuelo a acarrear arena del arroyo de Gallinas  al que los lugareños le llamamos El Río, por la carretera que da para Parras. Pues ya estando ahí nos bajamos del camión  de mi abuelo, pero como llegamos  muy temprano, apenas con cierta claridad  de la mañana, mi abuelo decidió  esperar un rato más a que amaneciera cuando de pronto divisamos frente a nosotros una mujer que venía cruzando el arroyo, como caminando sobre el agua, era  de tez muy blanca, con largo cabello negro, enmarañado, que le llegaba cerca de las corvas, con un vestido que parecía blanco pero sucio y roto de varias partes del cuerpo. Traía algo en la mano que parecía un cuerno muy largo, luego volteó  a vernos sin hacerlo directamente, como viendo más  allá de nosotros, como si no le importara  nuestra presencia, en ese momento  bajó el cuerno y sorbió  de él bajándolo hacia donde corría agua, para luego lanzar por la boca piedras, algo que parecían huesos que saltaban para todos lados. Mi abuelo y  yo nos volteamos a ver, como para asegurarnos que estábamos viendo lo mismo, al voltear de nuevo hacia la mujer, ella empezó a caminar de nuevo sobre el agua , de pronto  lanzó  su singular y aterrador grito ¡Aaaayyy…! , dejándonos  enmudecidos de miedo,  en eso mi abuelo me toma de la mano me dirige al camión, olvidándonos de cargar la arena del Río. Mi abuelo arrancó el camión sin pronunciar palabra y nos dirigimos hacia la casa; al llegar le pregunté  que quién  era,  mi abuelo muy serio me respondió, pos la Llorona en persona, ¿la viste bien hijo? Sí  abuelo,  la mera verdad pos no me quedaron ganas de volver al Río.                                           

  Tradición oral 

 

Noche de mala suerte

                                                                                                                                  

Esa noche se nos fue el tiempo sin pensar, estábamos alrededor un una fogata en la esquina de la plaza principal,  tan embelesados  en nuestras charlas que se nos fue  el tiempo sin querer y envolviéndonos la niebla espesa de esa noche fría.                                                                                                                                                                                       Al cabo de un rato, sin poder soportar más  ese frío  tan intenso,  nos despedimos y nos fuimos cada quien para su casa. Tratando de llegar rápido a mi hogar caminé con pasos acelerados a pesar de  lo entumido que iba  y cuando acordé  me encontraba  solo en medio de la calle oscura y negra, no se veía  nada, sólo  un ligero resplandor de la farola  que apenas iluminaba un poco la siguiente esquina, temiendo tropezar con algo daba zancadas alargadas, además quería  avanzar  más  y salir cuanto antes de la densa niebla que sentía que me ahogaba, sin mirar el suelo que pisaba y la vista clavada en la tenue luz, iba  por en medio de la calle  y con los oídos prestos a escuchar el más mínimo ruido, cuando en eso se escucha un estruendoso ruido que me hizo que tirara semejante brinco que me hizo que tirara semejante brinco y retroceder y cubrirme la cabeza, ya que clarito, se escuchó como si se quebrara una rama grande del nogal que se encuentra frente a las bodegas de la coca. Y en eso casi topo con un fulano que                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                       que sólo le distinguía lo oscuro de su cuerpo y el ruido de sus botas al caminar. Yo le  saludé con un “buenas noches” y él me respondió con un “je, je, je, je”, dejándome helado y mudo de terror pues su risa era algo infernal y grotesco y lo único que se me ocurrió fue sólo  refrescarle su  madre y apresuré el paso y en cada paso que daba, claro podía sentir sus pasos que  me seguían. Así que con los pelos de punta, al fin llegué a la esquina y bendita luz, podía al fin mirar mi sombra, y así poder comprobar si verdaderamente me iba siguiendo la sombra del siniestro personaje;  aunque sólo se veía mi sombra seguía escuchando sus pasos atrás de mí, y casi podía sentir su aliento cerca de mi nuca. Así, sin que bajara la intensidad de mi miedo,  al fin pude ver que la otra cuadra estaba menos cargada de niebla y con más  luz y en eso pude percibir que una persona daba vuelta a la cuadra en la otra esquina dirigiéndose hacia  donde   yo iba, así que pude respirar mejor. Era una mujer  que vestía un vestido blanco,  que al andar se le movía hacia los lados,  y para poder aliviar el miedo que todavía sentía, quise ganarle el paso y llegar más pronto a mi casa,  que se encontraba a media cuadra. Así que apuré el paso casi corriendo  y sentía que entre más avanzaba más me faltaba, para alcanzarla,  y al llegar yo a las inmediaciones de la casa, llegó primero la señora que yo a mi casa. Y para entonces pude observar que no caminaba, que se deslizaba, y con la puerta cerrada de mi casa se desvaneció en ella como si la atravesara, entonces me dije ¿y ahora qué hago? Si entro y me está esperando en el zaguán  y  me pone una golpiza  o me hace algo, así que mejor decidí  quedarme en la calle hasta que amaneció. 

                                                                                                                            

Tradición Oral

 

La novia vestida de blanco

 

Se dice que hace muchos años, alrededor de 1873, en esta Villa de Patos (hoy llamada Gral. Cepeda) vivía un joven militar que estaba enamorado de una bella jovencita que  había pedido en matrimonio  y debido a las costumbres de antes la novia era depositada en la casa de los padrinos de la boda, y ahí permanecía sin salir hasta la fecha en que se iba a realizar el matrimonio.

El joven pretendiente pertenecía a la guarnición que comandaba en esta plaza el Gral. Victoriano Cepeda. Un día antes de que los jóvenes se unieran en matrimonio, hubo una acción de armas entre el Congreso y el Gobierno del Estado  en un rancho cercano a esta población llamado San José del Refugio, y ese mismo día el joven pretendiente fue en busca de su amada para avisarle que tenía que ir pero que regresaría para que se efectuara el casorio, diciéndole a su amada que estuviera lista, que él llegaría a tiempo, sin saber que le esperaba la muerte en esa acción de armas pues no pudo llegar a la cita. La joven enamorada y llena de ilusiones, se alistó poniéndose su vestido de novia y así  esperó y esperó convencida de que su joven amado  regresaría como se lo había prometido. La joven perdió la razón desde el momento que le avisaron que el joven militar había muerto en batalla  y duró muchos años, vagando y recorriendo las calles, siempre se le veía que salía de la iglesia de San Francisco  con el vestido blanco de novia y se dirigía por la calle de Gral. Cepeda hacia el sur y al llegar a la calle de Zaragoza daba vuelta por la casa del Dr. Jesús Vitela hasta la  calle de Guerrero por  la casa de la Sra. Isidra Téllez y luego ba por la calle de Juárez hacia el norte y entraba a la casa  de los padrinos donde la tenían depositada, y así murió aquella joven esperando la llegada de su amado, aunque  su cuerpo fue el que dejó de existir,  su espíritu seguía vagando  con la esperanza de que algún día regresaría su amado. Los padrinos tuvieron que dejar la casa después de  la muerte de la joven, porque a diario se aparecía en la casa, misma que quedó abandonada porque la gente le tenía miedo a la novia vestida de blanco, y así trascurrieron los años, hasta que mis suegros adquirieron esta casa a pesar de lo que la gente les advertía. Mi esposo Reyes Esquivel y sus hermanos crecieron en esta casa en compañía de la novia vestida de blanco y se acostumbraron a verla entrar a su casa y recorrer el patio y desaparecerse en un granado que se encontraba en el fondo del patio; mis cuñados alzaron el vuelo y partieron de esta casa quedándose mi esposo Reyes, mis ocho hijos y yo  con sus padres hasta que fallecieron. Ahora mis hijos y mis nietos han crecido en esta casa acompañados de la novia vestida de blanco, la gente la ha visto que va como flotando porque sus pies no tocan el suelo. Su presencia, más que inspirarnos  miedo es un ejemplo de amor y fidelidad; ni la muerte ha dejado que termine esa eterna espera del  ser amado.  El vestido es de encajes de color banco, de los modelos de novia de aquella época; entre sus manos ella trae un ramo de flores blancas y una chalina  blanca  que le cubre la cabeza y la cara; su caminar es  erguido,  y así recorre las calles hasta entrar a mi casa y perderse entre las sombras del patio trasero.

                                                                     

Narrado por la Sra. Rebeca Pérez de Esquivel


 

La extraña viejecita

 

Me dirigía al hospital en compañía de mi tío,  ya que mi mamá  se encontraba enferma y estaba internada, eran como las once de la noche y había poca gente en la calle, así que íbamos  por el pasillo del costado de la plaza de la Madre y al bajar hacia la calle de Viesca una viejecita trataba de subir el alto escalón que aún está así, no le vimos el rostro porque llevaba un amplio sombrero de palma inclinado bajado hacia su rostro y aunque le saludamos ésta no nos contestó, así que no le dimos  importancia al hecho y seguimos  camino al hospital, nos  tardamos  un buen rato visitando a mi mamá; ya casi era la una de la mañana cuando mi madre nos dijo  que mejor nos fuéramos a la casa que ya era muy tarde y  nos despedimos de mi madre. Al salir del hospital nos fuimos caminando por en medio de la ancha calle, hasta llegar a la esquina de la plaza y  al  dar vuelta a la calle hacia el norte por la calle Viesca, hay un nogal a unos pasos  de la esquina y cuál fue nuestra  sorpresa que debajo del nogal estaba allí la misma viejecita que nos habíamos encontrado de ida al hospital. Sentimos un escalofrío que nos recorrió todo el cuerpo  y con temor empezamos a caminar  muy de prisa y al pasar la primera cuadra volteamos a ver si la viejita nos seguía pero ya no estaba. Al llegar a la esquina de la tienda del Sr. Ovalle, donde teníamos que dar vuelta, sorpresa que nos dimos mi tío y yo  pues la viejita se topó de frente con nosotros  y tirando un grito de terror mi tío me agarró de la mano y empezamos  a correr hacia la colonia, al pasar por la Presidencia municipal nos encontramos dos policías platicando y quisimos  hacerles el comentario pero preferimos  continuar corriendo hasta llegar  al puente del arroyo  Patos que divide la colonia del pueblo, antes había unos escalonas en forma de escuadra  que bajaban primero de lado y luego al frente.  Al quedar directos al largo pasillo que atraviesa el arroyo, cuál no sería  nuestra  sorpresa ya que allí estaba de nuevo la misma viejita esperándonos  al otro lado del puente; sentimos un  pavor intenso pues  nos  era imposible regresar, ya que era el único camino para llegar a la casa, así que mi tío optó por correr con mi mano bien sujeta a la de él  y sin parar por el largo pasillo y pasando por un lado de ella sin chistar ni voltear a verla y casi volando llegamos  a mi  casa que da hacia el frente del puente donde se vislumbraba todavía la viejita que nos  hizo correr por medio pueblo.

 

Narrado por María  Rodríguez

La bruja

 

Caía la noche un sábado y nos empezamos a juntar toda la raza. Al estar todos empezamos a planear qué haríamos, pues no había fiesta alguna por los alrededores de la comunidad. Así que decidimos  comprar un cartón de cerveza y nos  dispusimos  a tomarlas afuera de la casa de uno de los compas. Para esto, ya era muy tarde, entre las diez u once.

Había una preciosa luna llena que hacía que pareciera  ser de día, y entre risas y borlote nos  dimos cuenta que sobre el pretil de la casa se paseaba un guajolote, ante el asombro que nos causó escuchábamos a éste como si hablara y algo nos  quería decir, envalentonándonos por el efecto de la cerveza le tiramos  con lo que podíamos  y uno de los muchachos le tiró una cerveza, tan buen tino tuvo que lo tumbó  al suelo y allí agarramos  al pobre animal a patadas como si fuera balón de futbol.

 Al caer el animal a los pies de uno de ellos, lo agarró por la cabeza, y le dio varias vueltas en el aire, para soltarlo a varios metros de distancia, pero él no se murió, y con el cuello fracturado y la cabeza colgándole hacia un lado, se levantó y se iba hacia nosotros de  frente, en son de reto y  asustada la raza por el reto del guajolote, entre todos lo encerramos  en un cuarto que tenía un único acceso hacia afuera de la casa donde estábamos  pistiando.

Continuamos  disfrutando de la alegría y burlándonos  de la golpiza del guajolote; ya muy entrada la noche nos  empezamos  a retirar a nuestras casas. Empezando a amanecer, el dueño de la casa escuchó que hablaban  de adentro del cuartucho, mismo que en ocasiones le servía de almacén de grano. ¡Sáquenme de aquí!, gritaba una persona, el dueño del cuarto le preguntaba  ¿quién eres?,  soy una mujer, pídeme lo que quieras pero sácame de aquí, ¿de dónde eres? le preguntó  el señor, soy de muy lejos, contestó  la mujer. De seguro  vienes a hacer maldades porque anoche eras un guajolote, le dijo el señor. 

La señora contestó, no, yo me dedico a curar, vine a ver  a un enfermo, sácame de aquí, y no volverás a saber de mí.

Bueno, si te dejo ir qué me das, te doy dinero, te hago rico, ten. En eso  cayó  un envoltorio en un paliacate y se oyeron monedas, le abrió la puerta y sólo se vio como una sombra que se perdió entre unos matorrales. Luego se dispuso a abrir el envoltorio y éste tenía adentro un puño de pasojos de burro, enojado por la burla agarró piedras y lo que pudo lanzándoselas a los matorrales, donde había desaparecido la sombra de la mujer, pero  nunca la encontró.

 

                                                                                                          

Narrado por Polo Calvillo


 

El charro negro

 

Salía del trabajo, era ya tarde, serían ya como las diez de la noche cuando me dirigía a mi casa, era una noche tan bonita que se antojaba caminar por las hermosas calles del pueblo, caminando por la calle de Moctezuma, entre la calle de Hidalgo y Fco. I. Madero, se podría decir que hay sólo unas cuantas casas habitadas y el resto son huertas, iba muy tranquila por ese callejón cuando de lejos vislumbré que se acercaba hacia mí un caballo con un jinete, pero como es muy común ver todavía por el pueblo a uno que otro vaquero montado en su penco, no se me hizo raro toparme con él, y seguí caminando tranquila y volteando hacia  el suelo por temor a no tropezar con una piedra, pero al oír los cascos del caballo que se aproximaban a mí, levanté la mirada y mis ojos recorrieron desde las patas del caballo hasta el jinete para saludarlo y cuál no sería mi asombro que al tenerlo al lado mío, mi cabeza daba a la panza del caballo que era de ese negro que le llaman azabache  y al jinete lo veía casi en el cielo, vestía un traje de charro con botonaduras de plata al costado del pantalón y en el saco, con sombrero de charro y todo negro desde los pies hasta la cabeza.

 La luz de la luna hacía que brillara su botonadura, como si la acabaran de pulir; el caballo trotaba de una manera como si tratara de lucir lo educado y su jinete permanecía erguido al compás del caballo, pero con la cabeza  agachada, como escondiendo su rostro. En ese momento sentí  un escalofrío que empezó a recorrerme desde los pies hasta la cabeza; lo único que se me ocurrió decir fue un buenas noches, pero el charro no respondió y siguió su camino; apenas había avanzado unos cuantos pasos y todavía con esa sensación de escalofrío volteé para ver hacia dónde se dirigía, pero ya no estaba y que me da otra vez el  escalofrío, y sin importarme las piedras del camino que me arranco a correr pues sólo me faltaba una cuadra para llegar a mi casa.

                                                                                     

Narrado por Ma. Antonieta Oyervides


 

 

La bota

 

Un día, cuando trabajaba en la Presidencia municipal, que antes era la hacienda del capitán  Francisco de Urdiñola, eran como las nueve de la noche cuando empecé a oír el ruido de unas pisadas apresuradas que parecían ser de unas botas que iban  y venían por el corredor. Sorprendida porque ya tenía un buen rato oyendo el ruido, me ganó la curiosidad por saber qué le pasaba al vigilante, porque sólo él y yo estábamos en todo el edificio.

Me levanté de mi escritorio y me dirigí a la puerta de la oficina, y volviendo a escuchar las pisadas apresuradas por el corredor caminé hacia donde se escuchaban, alcancé a ver hasta el chamorro una bota negra de ésas de tipo militar, dando el paso  hacia la entrada de una de las oficinas, pensé: qué raro, si los vigilantes   no usan de esas botas, falta que alguien se esté metiendo de incógnito a las oficinas.

Me dirigí a esa oficina para ver quién era el de las botas estilo militar, y le hablé al vigilante para que fuera conmigo a ver de quién se trataba, pero el vigilante no me contestaba ni se veía cerca; al llegar a la puerta de la oficina de Recreación y Cultura cuál no sería  mi sorpresa que la puerta se encontraba cerrada con llave y la luz apagada; al girar la mirada para el corredor vi otra vez la bota que estaba entrando  a la oficina del juez y caminé hacia ese lugar; al llegar encontré otra vez lo mismo, la puerta cerrada con llave, pero con la luz encendida, dentro de la oficina se encontraban dos mecedoras, que eran parte de la sala de espera del Juzgado, meciéndose como si alguien estuviera sentado en ellas.

Fue tanto el miedo que sentí, que solté un grito que se escuchó por todo el edificio, y creo que hasta la plaza. El vigilante entró corriendo a la presidencia, preguntándome qué me sucedía; él estaba sentado afuera en la calle y hasta allá se escuchó mi grito. Le dije  que seguía unas pisadas con botas y  le pedí que virara hacia adentro de Juzgado y al ver las mecedoras meciéndose, se puso blanco como un papel, me tomó del brazo y nos dirigimos a mi oficina para cerrar la puerta de pasada y echamos a correr hacia la calle. El vigilante se quedó  cuidando  la presidencia desde  la puerta principal sin atreverse a entrar, y yo ni crean  que me vuelvo a quedar hasta tarde trabajando.

 

Narrado por Ma. Antonieta Oyervides 


 


La visita de la abuela

 

Yo vivía con el hermano de mi papá y su esposa en el ejido la Boquilla , y para no perder la costumbre me volví a acostar sin cenar, pues estar con mis tíos no era algo agradable, ya tenía tres años viviendo con ellos, debido a que mis padres se separaron y yo me quedé  con mi papá, pero él me dejó encargada con mis tíos en el rancho, y sólo venía a verme algunos fines de semana. Esa noche me sentía muy triste y sola, por el maltrato de mis tíos y el abandono de mis padres; abrí la puerta  de mi cuarto, apagué  la luz y me recosté sobre la cama mirando hacia el cielo estrellado y pensando lo sola que me sentía, cuando de pronto veo como una pequeña luz que se desprendía del cielo y se acercaba a mi cuarto y antes de entrar completamente esa luz en el marco de la puerta se empezó a reflejar una viejecita que no conocía, traía un vestido gris algo roto y aterrado, caminaba hacia mí diciéndome: “no temas hija, soy yo, tu abuelita.” pero yo estaba  paralizada sobre la cama  por el miedo, quería gritar pero no me salía la voz, se sentó a un lado de mí en la cama y me abrazó y volvió a decirme: ”hija, no temas, escúchame, quiero que le digas a tu papá  y a tu tío, que vine a verte  y que digo yo que si me quisieron en vida, que te traten bien, porque si te siguen maltratando es como si me maltrataran a mí, porque yo siento el maltrato que te dan a tiii, y parándose de  la cama continuó diciéndome que en cuanto amaneciera se los hiciera saber porque ya no iba a venir de nuevo.

Yo seguía paralizada de miedo, cuando empezó de nuevo a trasformarse en una luz brillante, salió por la puerta, perdiéndose en el inmenso cielo, dejándome  una paz y una tranquilidad inmensa, no sé cómo describir esa sensación que sentía en mi pecho y en mi alma, sólo me puse a llorar porque hubiera preferido que aquella viejecita no se hubiera ido a pesar de que me dio mucho miedo.

En toda la noche no pude dormir por estar ansiosa de que amaneciera y contarle a mi tío lo que me había sucedido. Al empezar a rayar el sol corrí con mis tíos que ya andaban en la cocina y me puse a platicarles cada detalle de lo sucedido en la noche dentro de mi cuarto y el recado que les había dejado la viejita que dijo que era mi abuelita. Mi tía incrédula sólo se limitaba a burlarse de mí y a decirme que lo había soñado o que lo estaba inventando, porque mi abuelita  había fallecido cuando nací yo.

Yo seguí insistiéndole a mi tío que me creyera, que no eran mentiras como decía mi tía, y me dijo “bueno, para creerte tendrás que describirme a la viejita que dices que estuvo en tu cuarto para  saber si dices la verdad”, y empecé a describirla; sus ojos  eran  negros, grandes como dos estrellas, tenía una voz tan dulce que podía darle paz a la peor de las fieras, su tez morena y dos trenzas bien hechas,  largas y blancas como la nieve, todavía no acababa de describir a la viejita, cuando mi tío me abrazó fuertemente y se puso a llorar diciéndome que sí, que ella era su madre.

Al cabo de unos días llegó mi papá a vernos y mi tío le platicó lo que viví con mi abuelita y sorprendido mi papá  me abrazó  y se puso a llorar como nunca lo había visto.

 Desde entonces vivo muy feliz, porque mi padre y mis tíos cambiaron  mucho conmigo y sobre todo  que con la visita de mi abuelita, ahora sé que no volveré a sentirme triste porque no estaré jamás sola, porque ella me estará cuidando donde quiera que esté.


 

Tradición oral 


 

  

El llanto en el panteón

 

Un día en la tarde estando en la casa de mis amigos Jorge y Jesús Esquivel, se acercó su papá don Reyes a decirnos que al día siguiente tempranito lo acompañáramos al panteón del pueblo para hacerle unas reparaciones a la tumba de sus papás. Yo le dije que sí, que contaba conmigo para echarle una mano en ese jale, y pues así fue.

 Apenas estaba amaneciendo cuando yo ya estaba tocando en la puerta de la casa de don Reyes, ya estaban listos él  y su hijo Jesús y sin faltar el Whisky,   un fiel perro que siempre andaba con don Reyes para todos lados, cargamos las herramientas y nos fuimos a pie hasta el panteón que queda como a un kilómetro del pueblo hacia el oriente.

Entre pláticas, consejos y botana, llegamos al panteón, apenas empezaba a aclarar el día, cuando nos pusimos a hacer la mezcla de cemento y a acomodar lo que íbamos a arreglar, cuando de repente empezamos a escuchar un llanto y el Whisky ladraba y ladraba dirigiéndose hacia el otro extremo del panteón, donde se oía el llanto; lo veíamos que corría con mucha enjundia entre las tumbas, pero  de repente se regresaba  asustado  hacia donde estábamos nosotros. Pensamos  que el llanto sería de algún familiar de  un muertito que tenía poco tiempo de que había fallecido.

La curiosidad que nos daba al ver al perro cómo corría y cómo se regresaba sin dejar de ladrar, nos hizo acercarnos para ver quién lloraba con tanto sentimiento y pesar, y si era algún conocido pues darle un poco de consuelo, así que ahí vamos los tres, y al acercarnos hacia donde se oía el llanto empezamos a distinguir a un joven sentado en la tumba donde hacía poco tiempo que habían sepultado a un muchacho; pensamos que quizás era un amigo del difunto, pues era más o menos de la misma complexión  y al tratar de acercarnos más el perro seguía ladrando sin parar, el joven seguía dándonos la espalda y agachado llorando. Don Reyes se fue por un lado, Jesús por el otro lado y yo por otro costado, para poder ver de quién se trataba, pero nuestro esfuerzo fue inútil pues de cualquier ángulo de donde lo divisábamos, sólo le veíamos la espalda, no dejaba  que le viéramos la cara, y el Whisky no dejaba de correr en dirección A donde se escuchaba el llanto y retrocediendo más rápido hacia nosotros, fue entonces que a don Reyes ya no le gustó la idea de acercarnos hacia donde estaba el joven llorando, nos hizo señas  de que nos regresáramos hacia donde estaban las herramientas que habíamos llevado.

Al estar ya los tres juntos, don Reyes nos dice, “saben qué muchachos, mejor nos vamos y dejamos a ese muertito que llore a gusto”, mi amigo Jesús y yo pelamos unos ojos por lo que nos dijo don Reyes,  sin pensarlo dos veces agarramos las herramientas y si no tenemos alas, las patas pa que te sirven, pos  pa correr, y así salimos  del panteón lo más pronto posible, el Whisky haciendo punta en la huida. 

 

                                                                                                   

Narrado por Gonzalo Calvillo



El fantasma del marqués

 

Estaba trabajando en la reparación de la casa a la que le llaman “el Molino Colorado”, que está  por la calle de Hidalgo oriente, en compañía de otros dos amigos; ese día el maistro albañil me pidió que me quedara a cuidar la herramienta y el material que nos acababa de llegar, pues como la casa estaba sola no había con quien encargarla y por temor a que nos la robaran le dije que no había problema, que sí podía quedarme esa noche en la casa.

Al dar las cinco de la tarde mis demás compañeros se dispusieron a dejar el trabajo y regresar a sus casas, el maistro albañil me dijo; mira Martín te dejo mi perro que es muy bravo y valiente para que te acompañe y te ayude a cuidar las cosas, y me lo dejó amarrado en el tronco de un aguacate que estaba en la orilla de los portales del pasillo de la casa.

 Todavía con un poco de luz, me puse a juntar unas ramitas para prender una fogata cerca de donde estaba el perro pues ya estaba empezando a sentirse algo de fresco, además para no pasar la noche a oscuras. Hice la fogata un poco más grande de lo habitual para que me diera más calor y a la vez me alumbrara mejor  ya que no había luz en la casa.

Me senté a un lado de la fogata, ya casi eran las nueve  de la noche, cuando se escuchó que se  rompían  unas ramas del árbol donde estaba yo sentado, y en eso empezó el perro a ladrar de una manera como si quisiera huir del lugar.

 Ladraba viendo hacia arriba del techo y yo por la curiosidad vi hacia arriba del techo para ver a qué le ladraba. Mi susto fue tremendo, al ver parado en el pretil de la casa a un hombre grande vestido de español, con sombrero y espada; me miraba con un odio tan intenso que se me helaban los huesos, como queriendo bajarse y atacarme, pues su mirada era diabólica y extremadamente cruel; corrí unos cuantos metros  hacia la casa del vecino, y al abrirme la puerta le pedí que corriera conmigo a la casa del Molino Colorado para que viera al hombre que estaba en el techo.

Me acompañó piedras en mano para hacerle frente, pero ya no escuchábamos al perro ladrar y antes de entrar a la casa  nos detuvimos de un golpe pues todavía estaba arriba del techo aquel hombre, al verlo el vecino sólo me dijo: “no Martín, vámonos de aquí, esto es cosa mala, no te acerques, ya no entres a la casa, mejor vete pa tu casa y deja ahí todo”, pero me quedé a velar desde el otro  lado de la calle y preocupado por el perro, pues ya no se le escuchaba ladrar.

En cuanto amaneció y empezó aclarar el día entré a la casa y sólo estaba un pedazo de mecate amarrado al árbol, ya que el perro había huido.

 En eso llegó el maistro albañil y al preguntar por su perro le conté todo lo que había pasado en la noche y le pedí al vecino que viniera para que le reafirmara  y convenciera  de lo que  había pasado.

Narrado por Martín Calvillo


 

El enigma de la plaza

 

De este enigma narraremos una de las tantas experiencias vividas por  diferentes ciudadanos que tuvieron la  dicha o la desdicha de  haberlo vivido:

Salí de mi casa como a las doce del mediodía rumbo al trabajo pues sólo había venido a comer y tenía que regresarme pronto. Mi casa está enfrente de la Plaza de la Madre , así que sólo atravesé la calle, distraído caminé hacia uno de los pasillos de la plaza para cruzarla en vez de dar toda la vuelta, y al llegar al centro de la plaza me extrañó  lo que veía, pues la plaza  está llena de árboles y bancas y lo que yo estaba viendo a mi alrededor eran muchos aparadores de cristal con ropa de muchos colores, fue tan impactante que me sentí mareado y me senté en el suelo, tallándome los ojos y a esperar a que se me pasara lo mareado. 

Después de un buen rato, volví a recorrer con la vista todo aquello que se me hacía raro, entonces vi un corredor entre los aparadores, me levanté del suelo y me dirigí hacia ese corredor que divisaba, logrando salir a un costado del puesto que está en la esquina de la calle Viesca; al voltear la mirada hacia el centro de la plaza todo se volvió a ver tal cual es, y caminé hacia mi trabajo pensando en lo que me había ocurrido.

Al llegar al trabajo me di cuenta que ya eran las cuatro de la tarde.

 

                                                                                                                           

Tradición oral


 

El llanto de la vecina

 

Yo vivo en una de las calles  al oriente de mi pueblo, donde teníamos a una señora muy buena como vecina, era de esas madres sufridas, calladas y sumisas. Un día la vecina enfermó inesperadamente, al poco tiempo falleció; al día siguiente de su sepelio, mi familia y yo estábamos en el cuarto que da hacia la calle, platicando de muchas cosas, sin querer salió el tema de la vecina recién fallecida; y mi mamá empezó a recordar los momentos buenos y malos que habían  vivido como vecinas, cuando de pronto entre ruidos de la casa y la voz de mi madre se alcanzaba a escuchar el lamentar de una señora en la calle; sorprendidos porque ya era casi de madrugada, no eran horas para que anduviera gente en la calle pensamos que quizás alguna vecina había tenido algún problema, porque el llanto de la señora se escuchaba con un dolor muy profundo, te entristecía hasta el alma escuchar ese llanto.

Mi mamá y yo abrimos la puerta de la calle para ver de quién se trataba para ofrecerle ayuda a esa señora; al momento de abrir la puerta, la farola del poste, que está enfrente de nuestra casa alumbraba hasta la puerta de la vecina fallecida, cual no sería nuestra sorpresa que al ver a la señora parada en la puerta de la vecina, nos quedamos frías, sin poder decir palabra ni podernos mover porque alcanzábamos a distinguir el mismo vestido con el que la habían  sepultado; al distinguirle su rostro vimos que era ella, la vecina que hacía  unos días había fallecido.

 Sin podernos mover ni hablar por la sorpresa que estábamos  viviendo,  vimos como traspasaba la puerta de su casa, entraba en ella, sin que cesara sul llanto, asustadas mi madre y yo alcanzamos a cerrar la puerta de mi  casa.

 Le  comentamos al resto de la familia que estaba esperando saber qué era lo que le sucedía a la mujer que lloraba en la calle.

Cuando les platicamos lo que habíamos visto, casi no lo creían, pero como ellos también habían escuchado el llanto se asustaron, pero no tanto como nosotros que la vimos.

A la mañana siguiente mi madre fue con los familiares de la vecina a preguntarles que si habían escuchado un llanto.

Justo en ese momento uno de los hijos de la señora le platicaba al hermano que había  visto a su madre llorando desde la entrada de la calle y que la  siguió hasta uno de los cuartos de la casa y que se metió atrás del ropero. El hermano no le creía que fuera su madre, pensaba que estaba loco o que lo había soñado, a lo cual mi mamá le respondió que no lo había soñado, que efectivamente era su madre, que ella y yo la habíamos visto también anoche.

Desde entonces, noche tras noche se le ve llorando y hace el mismo recorrido, desde la calle hasta atrás del ropero.   

                                                                                                                     

Tradición oral


 

 

El niño del barrio

 

Ya iban a ser las tres de la mañana, mis hijos estaban dormidos y yo ya estaba a punto de levantarme a prepararle el biberón a mi hija la pequeña, cuando de pronto al voltear hacia la cocina, veo que se asoma un niño como de cinco o seis  años  con una cachucha  puesta.  Se asomaba  a verme a mí y como el cuarto de mi mamá está del otro lado de la cocina, también se asomaba hacia donde estaba ella; me quedé congelada en la cama sin decir nada, al cabo de un rato volví a voltear a ver si estaba todavía el niño, al levantarme un poco más de la cama pude ver hacia el cuarto de mi mamá y vi que todavía tenía prendida la televisión, así que me senté en la cama y sin levantarme le hablé a mi mamá, le pedí que viniera al cuarto y en dos zancadas ya estaba conmigo; le pregunté a mi mamá que si había visto al niño asomándose, ella me dijo que sí  lo había  visto, pero que  pensó que había sido un reflejo que da la luz de  la televisión, aunque ella no había sentido miedo ni nada y no le había dado importancia, me acompañó a  hacerle el biberón a mi hija en la cocina.  

A la noche siguiente de nuevo, casi a la misma hora, se volvió asomar el niño hacia mi cuarto y hacia el de mi mamá, y a la mañana siguiente, mi mamá sorprendida porque nunca se había aparecido ese niño en la casa, fue con la vecina a preguntarle que si en su casa no se aparecía  nada y cual fue la sorpresa de mi mamá que la vecina le platicó del niño y hasta se lo describió.

 Más tarde mi mamá me comentó que la vecina le había dicho  que el niño que se asoma sale del portón  de su casa, pero que no sabe de quién se trata, que tiene muchos años apareciéndose  en su casa y que les hace mucho ruido en el portón que es de lámina. Tampoco sabemos por qué hasta ahora se mete a la casa de mi mamá, y ahora no sólo se asoma sino que hasta se pasea por la cocina moviendo los trastes, se mete al cuarto de mi mamá y muy despacito le empieza a quitar la cobija, cuando mi mamá se incorpora para ver quién le quita la cobija,  alcanza a ver al niño que  corre hacia la puerta de la calle y sale sin abrir la puerta.

En otras ocasiones se le ha aparecido a mi padrastro, dice que el día en que  el niño se le apareció en la cocina  le vio un  semblante triste, como que está perdido y que no sabe dónde está, que le había dado mucha tristeza verlo así, pero que no se le acercó, aunque no da miedo ni te hace sentir escalofrío ni nada, simplemente lo ves, y como se nos hizo rara esa reacción, empezamos a preguntar entre la gente que cómo le podríamos hacer para que se fuera de la casa.  La gente nos ha dicho que lo ignoremos porque muchos espíritus malos dan esa apariencia para que les hablemos y  no sabemos a lo que nos podríamos enfrentar.

                                                                                         

 Narrado por Sofía E. Plazas   

                                                                                                                   

Procesión nocturna

 

Una  noche que me fui con los amigos a dar la vuelta y a echarnos unas cheves, ya eran como las tres de la mañana cuando decidí ir a la casa de uno de mis amigos a invitarlo a beber.

Cuando llegue me estacioné a unos cuantos pasos de la puerta de su casa. Al bajar del carro escuché un tambor y gente que venía como rezando y se me hizo raro porque  no se acostumbran peregrinaciones de madrugada en el pueblo y como andaba medio tomado, pero no mucho, me dio pena que me fueran a ver así, y como en el  frente de la casa de mi amigo tienen unos árboles llamados truenos, se me ocurrió esconderme entre éstos para que no me vieran; yo estuve viendo cómo se acercaban a la casa de mi amigo en medio de la calle, iban como unas treinta o cuarenta personas vestidas de negro y los que iban a mero adelante llevaban unas capuchas negras que les cubrían el rostro y una persona haciendo punta con un tambor e iban rezando algo que no se les entendía muy bien, cuando ya los tenía enfrente de mí que empiezo a sentir un escalofrío desde los pies hasta la cabeza y un pánico que, verdad de Dios, hasta lo poco tomado que estaba se me cortó, y cuando ya iban pasando la esquina fue cuando me pude salir de entre los truenos y divisé cómo seguían su camino; yo tomé el mío hacia mi casa, ya no llegué a buscar a  mi amigo. 

                                                                                                                         Tradición oral

    Por quedarnos a ensayar

 

Somos un grupo de chavos que formamos el coro de la iglesia, cierto día después de la misa de siete de la noche, nos quedamos en el área del coro que tiene un barandal donde se divisa en todo su esplendor la iglesia, desde la entrada hasta la sacristía. 

Entre pláticas y ensayos empezamos a escuchar como que las bancas se movían de un lado a otro,  lo que se nos hizo extraño pues ya nadie quedaba dentro de la iglesia; al asomarnos por el barandal, ¡ah susto que nos metimos¡, ya que todas las bancas se estaban moviendo de un lado para otro y con mucha fuerza, pero eso no fue todo, cuando estábamos todos volteando hacia abajo dábamos la espalda al órgano que se encuentra ahí arriba, cuando de pronto empezó a tocar solo una melodía fúnebre, y al voltear todos hacia el órgano, nos dimos cuenta que la tapa del teclado se encontraba cerrada, pero la música salía del órgano, sin saber qué hacer ni pa dónde correr, pues teníamos que bajar unas escaleras y cruzar por donde estaban las bancas moviéndose para poder salir de la iglesia o seguir escuchando al órgano tocar solo.

Nos armamos de valor y todos emprendimos juntos la corrida y esquivando las bancas, pudimos salir de la iglesia.

                                                                                     Narrado por José Reyes Esquivel


 

                                                         Veinte años después

 

En un domingo de invierno con una densa niebla iba caminando por el camino que va pa mi ejido Macuyú escuché al ras del suelo una voz que  pedía ayuda entre unos matorrales, y al irme acercando más se escuchaba una voz que me estremecía el cuero y sobreponiéndome al miedo que me recorría  todo el cuerpo, tomé una garrocha de sotol que estaba cerca y empecé a picar la tierra y a removerla y mientras más movía la tierra más claros  se oían los lamentos,  pensé que a lo mejor se trataba de alguien que lo habían enterrado vivo, intenté  escarbar más rápido, para ver si lograba salvar a aquel fulano, y para que no se me muriera le empecé a hacer preguntas para mantenerlo hablando en lo que cavaba el hoyo.

Me empezó a decir su nombre, Melquíades, y que lo habían matado en el año de 1950 dos hombres de los que también me dio sus nombres; me pedía que por favor lo sacara de ahí, que hiciera una misa y que lo llevara a enterrar al panteón, que ahí tenía unas alforjas de dinero y que serían para mí si hacía lo que me pedía, pero  para cuando me empezó a explicar esto último, ya tenía los huesos de él a la vista, así que peor me puse de asustado, y corrí hacia el rancho; al toparme con un familiar, le platiqué lo que me había pasado, pero sin platicarle  lo del dinero que me ofrecía, no recordé los nombres de los hombres que lo habían matado, porque de lo atarantado que me puse se me olvidaron  y me dijo,”no seas malo pos vamos a cumplirle al muertito, anda yo te acompaño y te ayudo a sacarlo”, cuando llegamos recogimos los huesos e hicimos todo lo que me había pedido, lo velamos, le hicimos una misa y lo llevamos a enterrar, y como no le dije nada al familiar sobre las alforjas de dinero pos ni siquiera las buscamos, pasaron los años, ya habían pasado como veinte años de eso, cuando entre pláticas amenas con mis hijos que ya estaban grandes, les platiqué tal y como me había hablado el difunto, preguntándome con curiosidad  mis hijos que qué había pasado con el dinero, pos les contesté que ni siquiera había vuelto a buscarlo, y que me dicen, “y se acuerda dónde fue apá”, y les dije, sí hijos, “pos vamos apá, chance y sí fue cierto lo de las alforjas de dinero”, así que ese mismo día fuimos y encontramos el lugar y empezaron mis hijos a escarbar y ahí estaban las alforjas de monedas de plata y de oro.

                                                                                                             Narración anónima


 

Un colado en la boda

 

En el rancho donde vivo, muy cerca de la cabecera de General, se organizó la boda de la hija de un vecino, y como es costumbre estas fiestas duran a veces hasta dos días seguidos, así que algunos vecinos ayudamos: las señoras son las que hacen las comidas y algunos señores ayudamos con la repartición de refrescos y cerveza a todos los invitados.

Pues que empieza la boda desde en la tarde, fue un ir y venir de gente toda la tarde y al caer la noche no se apaciguaba el gentío que se sentaba a comer en las mesas, y yo reparte y reparte cerveza y refrescos, ya eran como las cinco de la mañana y empezaba a clarear el día, y todavía quedaba alguna gente celebrando esta famosa boda.  

Para irle adelantando a la limpieza, empecé a recoger los envases de cerveza y refresco que estaban por ahí tirados, cuando me fui acercando hacia el lado donde está la escuela del rancho, porque hasta ahí había gente, escuché un quejido, como un lamento muy doloroso, como que alguien se quejaba, y como los señores se iban hacia ese lado para hacer sus necesidades, pensé que a lo mejor alguien se había caído en alguna zanja  y se lastimó, así que me dirigí hacia donde se escuchaba el lamento, para poderlo ayudar, pero entre más me acercaba hacia donde creía que estaba el lamento menos llegaba, y sin darme cuenta ya estaba demasiado lejos de la escuela y del baile, entonces empecé a dudar de que fuera una persona accidentada y no comprendía por qué si estaba el lamento más lejos se escuchaba tan cerca de la escuela y de donde estaba el baile, y fue cuando empecé ha sentir un miedito de los que hasta “cursio” da, y que empiezo a correr rete asustado  hacia donde se encontraba la gente.

 

Narrado por José Reyes Esquivel



 

El pequeño fantasma

 

Cierto día me encontraba en el patio de mi casa tendiendo una ropa que acababa de lavar, cuando de pronto empecé a sentir que alguien me tiraba piedritas en los pies, pensando que quizás era uno de los niños de la casa, no le tomé importancia hasta que de repente sentí un fuerte golpe con una piedra más grande y volviéndome  muy molesta, vi a un niño parado al lado de la higuera que tenemos en el patio, era un niño como de seis o siete años, y le pregunté que por qué me tiraba piedras. ¿Cómo te metiste a mi casa?  Y el niño me respondió, que fue la única manera de llamar mi atención tirándome piedras y como no le hacía caso pues que me tiró una más grande para que me doliera.

Me dijo que no había entrado por ningún lado, que él siempre ha estado ahí, respondiéndole yo que no era cierto, que yo tengo viviendo tres meses en esta casa y que nunca lo había visto.

El niño empezó a reír, y me dijo: “mira Licha no me tengas miedo, yo llevo muchos años aquí y no te voy hacer daño, sólo quiero que me hagas un gran favor, aquí donde está la higuera están mis huesos enterrados, y quisiera que los lleves al camposanto, pero tendrás que ir a las doce del día, y tú sola..” en ese momento empecé a tener un pavor que aventé las “garras” y todo lo que había lavado al suelo y salí corriendo de la casa.

Al poco rato llegó una tía de visita y que me encuentra en la puerta de la  calle; al preguntarme qué me pasaba le platiqué todo lo sucedido con el niño y me dijo “anda vamos a buscar al señor cura para que nos dé agua bendita para cuando se te vuelva a aparecer, se la echas encima y con eso te das cuenta si es un espíritu malo o bueno”.

De regreso en la casa encontré a mi marido que ya había llegado y le empecé a platicar lo del niño, él se empezó a reír diciéndome,”mira vieja, no andes con cuentos, pero si tú crees que si echándole agua bendita se irá de la casa, pos échasela y se acabó”.

Al día siguiente al irse mi marido al trabajo, me quedé lavando los trastes en el patio y armada con mi frasco de agua bendita por si salía otra vez el niño.

De nuevo al empezar a sentir otra vez las piedritas, que agarro el frasco de agua y que se lo echo encima, diciéndome el niño, “¡órale Licha!, no me eches agua, no ves que está muy fría”, y volvió a decirme ... “Anda Licha hazme el favor de llevarme al camposanto”, y yo ya desesperada porque en  todos lados se me aparecía, le pedí y hasta le rogué a mi marido que nos cambiáramos de casa. Gracias a Dios del trabajo de mi marido lo cambiaron a Saltillo, y ya teniendo una semana en la nueva casa en Saltillo, iba yo llegando del centro cuando encuentro a mi hijo de doce años sentado en la puerta de la casa, cuando le pregunté qué estaba haciendo en la calle, me contestó, es que ahí dentro está sentado en tu  cama  un niño, que dice que te viene siguiendo desde General, y sentí mucho miedo que mejor me salí de la casa a esperarte, al entrar yo a la casa ya muy enojada más que sorprendida, me dirigí hacia el  cuarto reclamándole que por qué me seguía hasta Saltillo, que yo no le tendré miedo, pero que no tenía por qué asustar a mi familia.

El niño me volvió a insistir “sácame de la higuera y llévame al camposanto”, así que no me quedó otra, que esperar a mi marido que llegara del trabajo y platicarle que ya hasta nuestro hijo había visto al niño de General.

Le pedí que me llevara a General  para sacar de la higuera los restos del niño,  llevarlos a enterrar al panteón, y así lo hicimos y desde ese día el niño dejó  de molestarnos.  

Tradición oral

 

 

 

El raid

 

Era  sábado en la tarde cuando me empecé a animar para ir a un baile a General, así que me puse guapo pal baile, varios amigos que también iban a ir me decían que me fuera con ellos en su troca, pero la mera verdad prefería irme en mi caballo porque así a la hora que yo me quiera regresar pos lo hago,  aunque fuera a caballo, porque hay ocasiones en que mis amigos no tienen llenadera y hasta les amanece,  pos monté mi caballo y que me pelo al baile a General, llegué a la casa de un amigo para dejar ahí mi caballo, ya pasaban de las nueve de la noche, casi me tardé una hora de camino, pero no me importaba, así me sentía más tranquilo porque andaba en mi caballo y tendría en qué regresarme al ejido después del baile.

El baile estaba dos que tres, ahí me topé a mis compas del ejido y nos echamos unas cheves y bailamos con unas rucas del pueblo, y pos dieron el tarán, tan, tan, el fin del baile, eran como las dos de la madrugada, y como me lo temía, la raza del ejido pos no llenaban y le querían seguir, y pos yo  la mera verdad ya andaba medio cansado, que preferí mejor regresarme pal ejido, pos para eso traiba mi caballo.

Pos me fui a casa de mi amigo a recoger mi caballo y me enfilé hacia el ejido, ya en el camino pasando tantito donde está el Panteón Municipal, iba caminando a la orilla del camino un señor algo grande de edad, como de unos sesenta o setenta años y al pasar al lado de él, le dije que si quería un “rai”, que pa dónde iba, y me dijo que iba a un ranchito que está más pá llá del ejido, y pos lo subí en las enancas del caballo y empezamos a hacer plática, que cómo se llamaba él, que cómo me llamaba yo, que qué estaba sembrando, que cómo nos fue en la cosecha anterior, bueno, todo el camino nos la pasamos platicando hasta llegar al cruce donde se entra a mi ejido, pos le  dije que no había bronca que lo llevaba hasta el ranchito a donde iba él para seguir platicando, que al cabo yo andaba a caballo, no lo traiba cargando, y el señor, que se llamaba Catarino, aceptó que lo llevara, pos llegamos al ranchito y ahí lo bajé, y me regresé hasta el ejido, llegando a la casa mi papá estaba muy preocupado, pos porque ya eran las cinco de la mañana y yo no regresaba, pos  me asusté pos cuando salí de General eran las dos y media de la mañana. Me preguntó que por qué me había tardado tanto en llegar si a caballo se hacen cuarenta minutos y pos ahora me eché de camino dos horas y media. Le empecé a platicar a mi apá, que me había topado en el camino  a un señor llamado Catarino, que era de un ranchito que está más adelante, y que lo había llevado hasta el rancho para que ya no caminara.  Mi apá me preguntó que cómo era ese señor Catarino, se lo empecé a describir, cuando de pronto mi amá se empieza a persignar y a bajar a todos los santos del cielo, y mi apá se empezó a poner blanco de la cara, y que les digo  ahora qué traen por qué se ponen así, y me responde mi apá, mira hijo ese señor Catarino lo mataron hace muchos años por ahí en el camino, cuando venía de un baile de General, el señor  Catarino era muy famoso entre las mujeres y muy odiado entre los hombres, le gustaba mucho enamorar a las mujeres y agarraba parejo solteras, casadas, viudas, divorciadas, y pos un día lo venadiaron algunos maridos celosos y se lo echaron. Ya después de lo que me platicó mi apá, pos la mera verdad mejor me aguanto las parrandas con los compas y me voy con ellos en la troca a los bailes de General.


 

Tradición oral


 


 

Unas luces en la carretera

 

Era viernes por la noche y yo venía en camión  de San Pedro, porque ahí trabajo como maestro, pero en todo el camino se estuvo descomponiendo o mejor dicho se estaba desbaratando porque era un camión de esos viejos, así que cuando llegamos al entronque de General Cepeda, ya pasaban de las nueve de la noche, y ya había pasado el último camión que va para General, así que no me quedó otra que agarrar ánimo y me decidí a aventármela a pie por la carretera, chance y pasaba un aventón, ya llevaba un buen tramo caminado, cuando empecé a divisar  de lejos que unas luces venían por la carretera, pero se veían como que avanzaban  muy rápido, y seguí caminando hacia General, por la carretera, y cada vez  veía más cerca  las luces, se veían como si fueran las luces de un carro, pero no bajaban la velocidad,  fue entonces que me empecé a hacer a un lado de la carretera porque pensé, ese güey  que viene no me vaya a llevar de corbata, y como las veía ya más cerca, decidí mejor esperar a que pasara y me quedé parado a la orilla de la carretera, cuando de pronto ya las tenía enfrente de mí, pero en un parpadear pasaron a un lado mío, no era ningún carro ni camioneta sólo eran dos faroles que pasaron  y al voltear a ver hacia donde se dirigían, nada, se fueron derecho hasta  la presa, y desaparecieron.         

Narrado por José A. Esquivel